Por: Janet Rodríguez Pino (musicóloga y percusionista)
LaIsla de Cuba es un mosaico de músicas diversas: desde Oriente hasta Occidente, mientras el sol sigue su curso, distintos sones resuenan y dan forma al ser cubano. Entre las aristas primigenias de nuestra identidad, el son como estilo músico-danzario se erige imponente, y cuenta en su historia con diversas variantes genéricas.
La más caribeña de todas las tipologías soneras es el sucu-sucu, baile típico de presencia regional localizado en el Occidente cubano, que se desarrolló durante la década de 1920 en la preciosa Isla de la Juventud, en aquel momento, conocida como Isla de Pinos.
Curiosamente, ha sido también denominado sucu-suco en algunas fuentes científicas como la revista Clave, publicación cubana especializada en el campo de la musicología. En las páginas de esta revista, el estilo musical que nos ocupa, ha sido abordado por investigadores como María Teresa Linares, Lino A. Neira Betancourt, Leonardo Acosta y Laura Vilar, entre otros especialistas.
El sucu-sucu guarda estrecha relación con la cultura del Caribe insular, por ejemplo con la country dance o el round dance, que proliferaron durante la primera mitad del siglo XX, en la Isla de la Juventud, por la emigración de grupos caimaneros y jamaicanos asentados allí. (Vilar, 2002:16). Otro detalle curioso de esta danza pinera –gentilicio que se gana por ser oriunda de la otrora Isla de Pinos–, es su conexión con la danza caringa, de origen afro-caribeño.
Por otra parte, sus elementos rítmicos y danzables se integraron al son cubano, y esto se evidencia por ejemplo en la formación instrumental empleada para el sucu-sucu, precisamente, el formato proveniente del sexteto de son, conformado por tres, guitarra, marímbula, bongó, maracas y claves. (Neira: 2014:4). De ritmática peculiar y con una reiterada consecución de acordes, el sucu-sucu se baila sobre el primer tiempo del compás, característica que lo distingue del son tradicional, con su notable ritmo sincopado.
Actualmente, este baile pervive gracias al legado de intérpretes como Mongo Rives, cultor que durante varias décadas se dedicó a la preservación de este género en la Isla de la Juventud. Su repertorio está plagado de referencias a la vida cotidiana del hombre isleño, campechano, asiduo bailador; su música es portadora del frescor de aquellos intercambios culturales alrededor del Caribe insular. Sirva el presente texto para agasajar a esta valiosa manifestación del patrimonio musical cubano.
Fuentes citadas:
Betancourt, Lino A. Neira. «De la presencia africana en el son cubano, desde la perspectiva de su percusión.» Clave (Revista Cubana de Música), Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, Año 16, No. 2 (2014): 2-8.
Vilar, Laura. «Procesos de continuidad cultural en el Caribe: el fenómeno de la country-dance.» Clave (Revista Cuba de Música), La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, Año 4, No. 3 (2002): 14-18.
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