Ser mujer y músico en el siglo XIX era ser excepcional, pero si se era mujer, músico y luchadora a la vez era estar por encima de las miradas más austeras de una sociedad muy conservadora que no miraba a la mujer con igualdad con respecto a los hombres. Este era el caso de Ana Aguado Andreu.
En 1868 nació en la ciudad de Cienfuegos, en el centro de la Isla y desde los 7 años comenzó su formación como músico. Sin embargo, a los 12 años, en conjunto con su familia se trasladan a España, exactamente a La Coruña. Su formación continuó con diferentes maestros que la dotaron de conocimientos de canto y piano.
No obstante, con solo esa edad entró en su vida el maestro Emilio Agramonte que marcaría su vida, no solo por su conocimiento, sino también por sus ideas en favor a su Patria, pues era cubano. En la metrópoli española culminó su formación y se consagró como una de las mejores sopranos, obteniendo un contrato como profesional en el exclusivo Liceo Brigantino, de la Coruña, en 1883.
Dos años después regresa a su natal Cienfuegos y participa en diferentes tertulias y conciertos que la consagran como una de las mejores voces de Cuba. Compartió también escenarios con lo mejor que brillaba en calidad musical, músicos como Tomás D´ Clouet, José Manuel Lico Jiménez, el flautista Ramón Solís, el pianista Lico Jiménez, el flautista Guillermo M. Tomás y otros más. Este último hombre pasaría a ocupar el espacio más importante en la vida de Ana convirtiéndose en su esposo años después.
Para esos años Cuba había terminado la Guerra de los Diez Años y se estaba gestando la preparación de la Guerra del 95. El clima conspirativo y convulso que había en la Isla empujó a Ana a irse del país, esta vez hacia los Estados Unidos. Allá se encontraba Guillermo exiliado. Allí se radicó en el barrio de Brooklin junto al movimiento de artistas revolucionarios que existía entre los emigrados cubanos, organizado por su antiguo maestro Emilio Agramonte.
Ana Aguado se destacó por organizar veladas que tenían el propósito de reunir al movimiento en pro de la causa cubana. Digamos que Ana Aguado fue una de esas personas que desde el exilio ayudaron a la organización de la guerra contra España. Tanta fue su labor que José Martí le elogió su trabajo:
«New York, junio 7, 1890
Sra. Ana Aguado de Tomás Distinguida señora y amiga:
Aprovecho con gusto la ocasión de comunicarle que la Comisión de la fiesta del Club, le remite aparte siete papeletas, para darle muestra anticipada de agradecimiento fraternal con que mis compañeros y yo estimamos la benevolencia con que se presta Ud. a ayudar, con la fama de su nombre y el encanto de su voz, a la fiesta en que va a ser Ud. el principal ornamento. Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer. Lo muy atareado de mi vida y el temor de parecerle intruso, ha sido causa de que no fuese en persona, como me manda mi sincero afecto, a agradecer a Ud. y a su esposo el servicio que nos presta, y es a mis ojos mucho mayor por lo espontáneo. Pero tendré a la primera ocasión especial placer en estrechar la mano del Sr. Tomás, y ponerme a los pies de nuestra noble admirada artista.
De Ud. afmo; respetuoso servidor».
José Martí
En 1898, luego de terminada la guerra Ana Aguado regresa a Cuba junto a su esposo e hijo. Una vez en Cuba radicaron en La Habana y fue profesora de canto en el Conservatorio Nacional de Música de La Habana Hubert de Blanck. Murió en 1921 por decadencia de su garganta.
Ana Aguado llegó a convertirse en una de las mejores voces líricas de Cuba. En ella se concibió una mujer músico y patriota que puso su arte en función de la independencia de su país.
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