La historia de la música en Cuba ha sabido reconocer en su justa medida las contribuciones de aquellos que han destacado por su excelencia. Tal es el caso del violinista Claudio Brindis de Salas, un hombre que triunfó a pesar de los estigmas de su época.
Este músico excelente tal vez tenía las de perder, debido a que por el color de su piel era rechazado por la sociedad del siglo XIX y XX. No obstante, a golpe de talento supo transformar las dificultades en victorias e inscribir su nombre para siempre en el pentagrama de la historia.
El virtuoso de color
Claudio Brindis de Salas, apodado “el Paganini negro” por Alejo Carpentier y “el rey de las octavas” por la crítica de su tiempo, nació en la Habana el 4 de agosto de 1852.
Su padre era violinista y contrabajista de la orquesta La Concha de Oro, que en aquel entonces dominaba la escena de los salones de baile de la ciudad. Como de casta le viene al galgo, fue él quien introdujo al joven Claudio a la música y ya a los 10 años dio su primer concierto en el Liceo de La Habana. José Van der Gutch, su tutor, le sirvió de pianista acompañante.
El talento del joven violinista, visto además como un prodigio por su edad y su color de piel por la alta sociedad habanera, le ganó una beca en París para perfeccionar su arte con los maestros Dancla, David y Sivori.
Luego de graduarse con los más altos honores en el Conservatorio de París en 1871, comenzó una serie de presentaciones que incluía las salas de concierto más prestigiosas de Berlín, Buenos Aires, Caracas, Florencia, Londres, Madrid, Milán, París, San Petersburgo y Viena.
La peculiar forma de interpretar del joven maestro ganó elogios dondequiera que fuese. Así, fue condecorado con la orden prusiana de la Cruz del Águila Negra, y la Legión de honor francesa. Uno de sus mecenas fue el kaiser Guillermo II, quien lo nombró Barón y músico de Cámara del Emperador.
Salas se casó con aristócrata alemana con la que tuvo tres hijos, pero perseguido por las deudas y su vida licenciosa se separa en 1898 de su familia para ir al ocaso por diversas ciudades de España y América.
Declive de un genio
A pesar de su éxito, Claudio Brindis de Salas sufría frecuentes ataques de depresión y nostalgia, además de llevar una vida desordenada y bohemia.
Debido a esta, murió pobre y olvidado el 1 de junio de 1911 en la ciudad de Buenos Aires, donde años antes le obsequiaron un violín Stradivarius. Allí fue enterrado en una fosa común de muertos por tuberculosis, pero por fortuna el diario argentino La Razón rescató su historia e hizo una colecta pública para enterrarle de forma digna en 1917.
En Cuba, no obstante, el genio del rey de las octavas no fue olvidado. Fue solo en 1930 que sus restos pudieron trasladarse a La Habana, y ahora el genial músico descansa ahora en una urna de bronce dentro la iglesia de San Francisco de Paula, en cuya plaza se encuentra también una estatua en su honor.
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