En la secuencia que introduce la más reverenciada de todas las películas cubanas (Memorias del subdesarrollo, del realizador Tomás Gutiérrez Alea) se escucha sonar la música de un grupo que, durante poco más de un minuto y medio, repite la frase: «¿Dónde está Teresa?».
El ritmo es contagioso, el tamborero principal del grupo golpea el cuero con fuerza y sabrosura, los bailadores (y, en general, la gente que está en el lugar, un espacio público, a cielo abierto) disfruta la ocasión. Basta con prestar atención a los rostros. El grupo está integrado por instrumentos de percusión, metales y hierros, además de los cantantes; su tamborero principal, y director, se llama Pedro Izquierdo y es conocido con el nombre artístico de “Pello, el Afrokán”.
También hay que sumar el trío de bailarinas, lidereadas por una que enseña un brillante pelo rubio y a la cual, popularmente, conocen como “la rubia del Pello”. Esta escena de alegría popular, en la que muchos de los presentes, tal vez la mayoría, son de piel negra (en todas sus más diversas variedades) es atravesada por el repentino sonido de tres disparos, la caída al suelo de un hombre (presumiblemente muerto) y el círculo que se abre a su alrededor.
La maravilla de la secuencia es que la música no se interrumpe ni siquiera cuando la policía retira, en hombros, el cuerpo; lo mismo en la pasión que muestran los ejecutantes, que en la evoluciones de quienes bailan.
Según el guión de la película la escena tiene lugar en 1961, aunque –según el Diccionario enciclopédico de la música en Cuba (tomo III, p. 235), del autor Radamés Giró- el ritmo de referencia, nombrado por su autor “Mozambique”, no fue presentado sino hasta 1963. Lo anterior indica que el director de la película, sin importarle el anacronismo, quería que en la introducción a su película apareciesen la situación dramática mencionada y la música “de negros” que la acompañaba. Una música de síncopa, nacida del estrato popular y acaso la primera música “de la Revolución”, al menos si de baile se trataba.
De mis años de infancia recuerdo la exitación y el sonido, cual si fuera imán, del Mozambique y –pese a que soy un bailador pobre- en alguna caja de casa sobrevive la fotografía de una fiesta de fin de curso, en la escuela primaria, en la que aparezco disfrazado como “Pello, el Afrokán”. Todavía recuerdo que mi mamá hizo las patillas, las pintó, con corchos de botellas quemados. Más interesante que esto es el hecho de que en uno de los números más famosos, “María Caracoles”, el bloque de trompetas y trombones reducía la velocidad junto con cantantes y bailarinas para, con un golpe, “soltarse” otra vez y dar lugar a una vorágine de brincos, roces, sudor, meneos y sabrosa alegría.
El 11 de septiembre del 2000 falleció Pedro Izquierdo. Hacía mucho que al “mozambique”, su explosiva creación, le tocaba ese destino de olvido que espera a las modas efímeras. Fue, sin embargo, un enorme renovador y, en su momento, “puso a bailar” al país entero. A la memoria colectiva pasaron números como la mencionada “María Caracoles” y “Camina como cómico”. De aquellos números hay uno que todavía hoy encuentro divertido de manera especial y que, para mí, resumía todo el gozo que podía transmitir ese ritmo bailable:
“Mozambique / Mozambique/
Mozambique / No quiero que me lo critiques”.
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